Desde las celebraciones de Año Nuevo hasta las fiestas patronales, los fuegos artificiales han sido, durante siglos, el sinónimo visual de la alegría colectiva. Sin embargo, detrás de la coreografía de luces y colores se esconde un impacto fisiológico y neurológico que la ciencia apenas comienza a desglosar. Para muchos, lo que es un espectáculo visual representa para el cerebro una amenaza inminente, activando mecanismos de supervivencia que pueden tener consecuencias en la salud, a corto y largo plazo.

La neurobiología del estruendo: ¿Qué ocurre en el cerebro?

El cerebro humano está diseñado evolutivamente para reaccionar ante sonidos súbitos de alta intensidad. Cuando un fuego artificial detona, el sistema auditivo transforma la onda sonora en impulsos eléctricos que viajan a una velocidad vertiginosa hacia el tronco encefálico y, de allí, a la amígdala.

La respuesta de lucha o huida

La amígdala es el centro de procesamiento del miedo. Al detectar un estallido que supera los 150 decibelios (dB), que corresponde a un nivel superior al de un motor a reacción, envía una señal de socorro al hipotálamo. Este activa el sistema nervioso simpático, liberando una cascada de hormonas.

  • Adrenalina (Epinefrina). Aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial.
  • Cortisol. Eleva los niveles de glucosa en sangre para preparar los músculos para la acción.

Para una persona con un sistema nervioso típico, esta respuesta se disipa una vez que la parte del cerebro racional, que corresponde a la corteza prefrontal, comprende que el ruido es solo un juego pirotécnico. Sin embargo, para otros, esta modulación falla, dejando al cerebro en un estado de hipervigilancia agotador.

Condiciones de salud afectadas por la pirotecnia

El impacto de los fuegos artificiales no es igual para todos; de hecho, afecta de manera desproporcionada a grupos vulnerables, convirtiendo una festividad en una crisis de salud pública para personas con ciertas condiciones.

Trastorno del espectro autista (TEA) y procesamiento sensorial

Las personas con TEA suelen presentar hipersensibilidad auditiva, una característica que se conoce como hiperacusia. Para ellos, el cerebro no logra filtrar los estímulos irrelevantes. Un fuego artificial no es solo un ruido fuerte; es una agresión sensorial abrumadora. La sobrecarga puede derivar en crisis de ansiedad, episodios de autoagresión o bloqueos cognitivos profundos, ya que su sistema nervioso interpreta el estímulo como un dolor físico real.

Trastorno de estrés postraumático (TEPT)

Para los veteranos de guerra o víctimas de violencia, los fuegos artificiales son disparadores potentes. El sonido de las explosiones es procesado por el hipocampo como una recreación de una experiencia traumática, ya que el hipocampo es el encargado de manejar la memoria. Esto puede provocar flashbacks, ataques de pánico y una sensación de desprotección extrema que puede durar días después del evento.

Salud auditiva y daño neurológico

El daño no es solo psicológico. Un estallido cercano puede causar una pérdida auditiva inducida por el ruido. La muerte de las células ciliadas en la cóclea reduce la entrada de señales al cerebro, lo que recientemente se ha vinculado con un mayor riesgo de deterioro cognitivo y demencia en adultos mayores, debido al esfuerzo extra que debe realizar el cerebro para procesar sonidos degradados.

El impacto químico en los Pulmones

Los fuegos artificiales no solo hacen ruido. Estos liberan metales pesados, tales como: bario, estroncio, cobre, así como partículas finas (de unas 2,5 micras). Estos componentes pueden entrar en el torrente sanguíneo. Estudios sugieren que la exposición aguda a estas partículas puede causar estrés oxidativo en el cerebro, afectando potencialmente la barrera hematoencefálica y exacerbando condiciones inflamatorias.

Consecuencias a largo plazo

Si bien una sola noche de fuegos artificiales rara vez causa una patología neurológica permanente, sin embargo, la exposición recurrente o extremadamente cercana puede desarrollar las siguientes condiciones.

  • Pérdida auditiva inducida por ruido (PAIR). Las explosiones pueden alcanzar los 150-175 decibelios (dB). El umbral de dolor humano es de 120 dB. El daño a las células ciliadas de la cóclea es irreversible y afecta la forma en que el cerebro procesa el lenguaje.
  • Acúfenos (Tinnitus). La aparición de un pitido constante que el cerebro genera para compensar la falta de entrada auditiva tras un daño. Esto se asocia con mayores tasas de depresión e insomnio.
  • Alteraciones del ciclo circadiano. La contaminación lumínica y sonora nocturna suprime la producción de melatonina, desregulando el sueño y afectando la función cognitiva al día siguiente.

Estrategias para minimizar los daños

Si bien la solución definitiva sería la transición hacia espectáculos de luces LED o drones; sin embargo, muchas personas prefieren los tradicionales fuegos artificiales. La buena noticia es que existen medidas a nivel individual y comunitario que serán de gran ayuda para proteger el cerebro y el sistema nervioso.

Medidas individuales

  • Protección auditiva. El uso de tapones de oídos o auriculares con cancelación de ruido puede reducir la intensidad del estímulo hasta en 30 dB, lo que ayuda a mantener el sonido dentro de umbrales manejables.
  • Creación de zonas seguras. En el hogar, cerrar ventanas y utilizar ruido blanco, que son sonidos que ayudan a enmascarar los picos de sonido súbitos, por ejemplo, el que produce el ventilador, o algunas aplicaciones que han sido creadas para tal fin.
  • Terapia de exposición y anticipación. En casos de TEPT o TEA, el uso de calendarios visuales y la preparación psicológica semanas antes puede ayudar al lóbulo frontal a prepararse para el estímulo.

Medidas comunitarias y legales

  • Pirotecnia fría o silenciosa. Implementar dispositivos que priorizan la luz sobre el estallido sónico.
  • Regulación de horarios. Limitar las explosiones a ventanas de tiempo específicas, lo que permitirá que las personas vulnerables puedan planificar su propio resguardo.

Los fuegos artificiales, aunque arraigados en la cultura, plantean un desafío significativo para la salud pública desde una perspectiva neurobiológica. La comprensión de que el cerebro no siempre es capaz de gestionar este tipo de estímulos es el primer paso hacia una convivencia más empática. La transición hacia festividades más silenciosas no es solo una cuestión de preferencia, sino una necesidad para proteger la integridad neurológica de los más vulnerables.

Fuentes: